ANALISIS

Pensamiento único versus moral occidental

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Por Manuel Hernández Ruigómez

Para Sócrates, bastaba el conocimiento de lo justo para obrar con corrección moral. Este pensamiento socrático tiene dos dificultades: la necesidad de definir lo que es “justo”; y darlo a conocer. Desde la Grecia clásica, y a lo largo de la historia, han ido apareciendo distintos conjuntos de reglas y normas –el judaísmo, el cristianismo, el islamismo, etc.- que han tratado de definir lo justo y lo han difundido con un criterio de universalidad. Así, han ido guiando a sus adeptos, orientando sus posiciones y hasta predeterminando su inclinación en torno a lo que es correcto o incorrecto.La humanidad ingresó de este modo en el ámbito social de lo moral.

En los últimos tiempos, el sistema moral de Occidente, fundamentado en lo que conocemos como civilización greco-judeo-cristiana, ha entrado en crisis. Una nueva izquierda, nacida de los escombros del Muro de Berlín, está tratando de imponer sus valores, muchos de ellos surgidos de la crisis política y cultural del llamado “mayo del 68”. Hasta el momento, sus anónimos postulantes están triunfando en la propagación de unpotente “pensamiento único” de tipo laicista que abjura de los valores judeo-cristianos. Este seexpande gracias a la complicidad de una buena parte de los medios de comunicación más prestigiosos de América y de Europa, los que algunos llaman “social media dictators”. De tal modo que este nuevo sistema, disfrazado de modernidad laicista y de progreso,caracteriza a la izquierda política y ha contagiado incluso a conservadores, liberales y democristianos: es lo que se ha venido en denominar “el consenso socialdemócrata”. Todo ello ha conformado la “corrección política”, especie de inamovible “corsé” ideológico y moral. Un corsé tan rígido que si alguien osa discrepar con respecto a lo que ha sido definido y todos aceptan como políticamente correcto es enviado al ostracismo intelectual.

Es este fenómeno singularel que ha provocado la crisis moral, consecuencia del choque de los valores de la civilización judeo-cristiana, constitutivos de nuestra forma de pensar desde hace 20 siglos, con los contravalores de este pensamiento único, espoleados por los medios de comunicación. Y esta crisis, como era de esperar, está seriamente afectandoal concepto que tenemos los occidentales sobre lo que está bien y lo que está mal.Esto provoca una profunda contradicción entre lo que aprendimos desde niños,al igual que hicieron nuestros padres y abuelos, y lo que nos “venden” a diario los medios y sus promotores ideológicos originarios. El grave problema es que los nuevos contravalores, considerados hasta hace poco como amorales,no ofrecen una alternativa de supervivencia viable a la sociedad humana en su conjunto al fomentar la eutanasia, el cambio de sexo, el aborto libre o el matrimonio homosexual. Porque seamos serios: todos estos contravalores implican a largo plazo la extinción del género humano.

El hecho de estar sumidos en un proceso que pretende el abandono de los valores judeo-cristianos y sustituirlos por otros afecta a muchos de los ámbitos de la acción humana, deteriorándolos gravemente. Así, en la política, han aparecido, por un lado,innumerables casos de corrupción y, por otro, opciones partidistas que ofrecen lo imposible y ganan presencia en los parlamentos gracias al favor que obtienen de unos electores que muestran síntomas graves de desesperación. En la economía y en las finanzas, se han extendido los abusos de todo tipo por parte de ciertas empresas y bancos a sus clientes y a la sociedad en su conjunto, primando el beneficio y su constante incremento sobre criterios morales antes inquebrantables. En lo social, asistimos impávidos a discursos que sugieren acabar con los enfermos por medio de métodos que denominan, no sin cierto eufemismo, muerte asistida; o a los que defienden la reproducción mediante vientres de alquiler degradando la maternidad a un mero acto de animalidad; o escuchamos a quienes promueven el cambio de sexo en niños o en niñas que ni siquiera han llegado a los 10 años de edad, cuando apenas saben sonarse los mocos.

Muestras de esta degradaciónse dan con insistencia en Europa y en América (del norte y del sur), los dos continentes que conforman la civilización greco-judeo-cristiana. No es por tanto absurdo que en estos paísesobservemos cómo iniciativas electorales de índole populista y/o extravagante, tanto a la izquierda como a la derecha del espectro político,obtienen el favor de la ciudadanía. De unos años a esta parte,partidos y medios de comunicación han asumido la corrección política contracultural y han abandonado lo que nuestra civilización ha considerado siempre lo justo fundamentada sobre unos valores moralesasentados en nuestras conciencias durante siglos. Es así como nos hemos sumido enuna cómoda tolerancia que llega a aplaudirdepravaciones de todo género, las más de las veces incorporadas sólo para sumar el contento de minorías del más variado pelaje.

El intento de sustituir nuestros valores tradicionales por otros está en la base del malestar, de la inestabilidad, de la incertidumbre que padece hoy nuestra sociedad occidental, de la desorientación de los electores. Esa es la razón de la crisis moral que observamos en la política, en las finanzas, en los grupos humanos identificados como avanzados, en nuestros fundamentos culturales. Frente a la imposición de valores ajenos, estamos a tiempo de corregir el rumbo.

Manuel Hernández Ruigómez

Diplomático

Doctor en Historia

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