El valor de la Palabra*

En la Palabra se encierra el más profundo concepto que se tiene sobre una persona, y en ella descansan desde la confianza y la lealtad, hasta la gratitud y la honestidad.
Por Menoscal Reynoso
En los inicios del pasado siglo, José Ortega y Gasset tuvo el atrevimiento de enfrentar el abuso a la Palabra, y desde su clásica obra La rebelión de las masas sentenció que la Palabra ha venido cayendo en desprestigio en el correr de los años.
El gran error que ha gravitado con el tiempo es asociar la Palabra tan solo al sonido que se articula para expresar una idea. En muchas ocasiones ni eso se consigue.
La Palabra, como principal soporte del lenguaje, debe tener una real efectividad a fin de lograr la comunicación deseada, en tanto entendamos que se torna como un sacramento de muy delicada administración. Pero si queremos entendernos y trabajar con palabras, estamos emplazados a ser cada vez más rigurosos con ellas; porque al mismo tiempo se constituyen en herramientas y trampas, en ocasiones muy peligrosas.
En la generalidad de las veces el lenguaje suele presentarse como un hecho individual, no obstante estar provisto de un significado eminentemente social.
Aunque la mayoría valora la palabra en el estricto orden gramatical, como materia prima en la creación de sonido por parte de los seres humanos, no debemos circunscribir el enfoque a ese estrecho marco.
Dar la palabra a alguien, comprometerse con algo, aunque sea de forma insinuada, no es solo depositar el tinte de esperanza que cada quien alberga, es también responder al sagrado compromiso empeñado.
En la Palabra se encierra el más profundo concepto que se tiene sobre una persona, y en ella descansan desde la confianza y la lealtad, hasta la gratitud y la honestidad.
Es que el engaño –como decía el maestro-, y la traición, agregamos nosotros, a la postre resultan ser humildes parásitos de la ingenuidad.
La historia de la humanidad ha dejado la clara enseñanza de que la Palabra se constituye en la gran estelar de todos los acontecimientos y de sus más emocionantes episodios, independientemente de los niveles y su trascendencia.
Por todo ello, debemos convertirnos en celosos vigilantes de la Palabra, reiteramos, no del dulce o desagradable sonido que salga de los labios de determinada criatura de esta Tierra, no de la semántica, sino de los contenidos, del compromiso, que son los que, al fin y al cabo, determinarán el curso de las cosas.
¿Se trata acaso de la palabra en el papel, de la amparada por una que otra rúbrica? No necesariamente. La Palabra moral debe tener un peso de plomo, porque es ésa la que ennoblece al hombre o a la mujer.
Dar la palabra a alguien, comprometerse con algo, aunque sea de forma insinuada, no es solo depositar el tinte de esperanza que cada quien alberga, es también responder al sagrado compromiso empeñado.
*En mayúscula